El desarrollo de la biotecnología (sin reserva ni precaución alguna) es política pública del gobierno de Puerto Rico. La “economía del conocimiento” rimbombante proyecto del gobernador Aníbal Acevedo Vilá, es explícita al respecto. Una vez más nuestro gobierno, en alianza con intereses empresariales locales y extranjeros, se embarca en una ruta de desarrollo económico y tecnológico sin indagar los posibles costos sociales y ecológicos y los impactos a largo plazo. Se repite la historia del boom farmacéutico, con su saldo de basura tóxica; las petroquímicas, un sector igualmente tóxico ahora llegado a menos; y la minería a cielo abierto —que afortunadamente nunca tomó lugar. Puerto Rico está siendo usado como semillero comercial y laboratorio de cultivos genéticamente alterados, también llamados transgénicos. Pero crece el número de investigadores que advierten que la ingeniería genética se basa en premisas erróneas y que presenta peligros inherentes e inaceptables para nuestra sociedad y el ecosistema.
El mal ejemplo de la papaya transgénica
Un artículo aparecido el 25 de septiembre de 2006 en El Nuevo Día cita a Judith Rivera, portavoz de la empresa semillera Pioneer Hi-Bred (subsidiaria de Dupont), quien opina que se debe sembrar en Puerto Rico la papaya (lechoza) genéticamente alterada: “Existe una papaya transgénica que utilizan en Hawaii, que no se está utilizando en Puerto Rico y que podría ser de alto impacto económico para los agricultores”.
La papaya transgénica ya tuvo un alto impacto económico entre sus plantadores comerciales en Hawaii, pero éste de ninguna manera se puede considerar positivo.
Introducida en Hawaii en 1998, fue alterada para resistir un virus (ringspot) que causa daños a la cosecha. Los cultivadores de papaya hawaianos nunca fueron informados de esta acción ni mucho menos se les pidió su consentimiento. La papaya gm proliferó mediante polen y dispersión de semillas y comenzó a contaminar los cultivos de agricultores que no querían tener transgénicos en sus fincas. La organización gmo Free Hawaii realizó extensas y minuciosas pruebas y constató que la papaya transgénica se diseminó de manera descontrolada y contaminó cuantiosas plantaciones comerciales. Hoy es prácticamente imposible producir papaya libre de transgénicos en las islas de Hawaii y Oahu.
Según datos del Departamento de Agricultura estadounidense (usda), en 1995 la cosecha de papaya hawaiana sobrepasaba los 22 millones de dólares pero hoy bajó a menos de la mitad. En 1997, antes de la introducción de la papaya transgénica, los agricultores recibían 1,23 dólares por kilogramo de sus papayas. Al año siguiente esa cifra bajó a 89 centavos cuando los mayores compradores del producto, Canadá y Japón, se negaron a comprar papaya transgénica. La razón del rechazo es sencilla: el consumidor no quiere alimentos transgénicos, y siempre que pueda escoger optará por el producto no transgénico. Los productos agrícolas no transgénicos cotizan más alto.
Hoy, hay menos producción de papaya en Hawaii que en el peor momento de la epidemia de ringspot. Desde 1998 los estadounidenses han duplicado su consumo de papayas, y sin embargo en Hawaii el área cultivada con ella bajó 28% desde la introducción de la transgénica. (Ver: http://www.higean.org/)
¿Era la papaya transgénica la única manera de combatir el ringspot? Según la agricultora hawaiana Melanie Bondera:
La Universidad de Hawaii y el usda pudieron haber requerido que los agricultores… cortaran y quemaran todos los árboles infectados con el virus. La reducción del virus habría mantenido la enfermedad en sus niveles endémicos usuales… También se les pudo haber aconsejado no sembrar en grandes extensiones, intercalar, usar suplementos para suelos para plantar árboles más saludables, sembrar cultivos-trampa para el vector áfido y rociar o aplicar silicatos para impedir la penetración de áfidos en las hojas. El tiempo y dinero para hacer esto habrían sido mucho menores que forzar la introducción de la papaya transgénica.
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