Judith Rivera también elogia los cultivos transgénicos resistentes a herbicidas. De hecho, la mayoría de los transgénicos sembrados en el mundo hoy son Roundup Ready, de Monsanto, es decir resistentes al herbicida Roundup —también fabricado por la empresa y posiblemente el agroquímico más lucrativo y de más amplio uso en el mundo. Con Roundup Ready se vende la semilla y el herbicida en un solo paquete.
La toxicidad del glifosato (ingrediente activo del Roundup) en seres humanos y vida silvestre, está harto documentada. Además existe el problema de las supermalezas resistentes a Roundup: el uso de semilla Roundup Ready ha multiplicado el uso de Roundup y esto acelera el desarrollo de resistencia al producto, pues al exponerlas repetidas veces a venenos agrotóxicos, las malezas y plagas desarrollan resistencia con el pasar de las generaciones. Eventualmente hay que usar más y más agrotóxicos para lograr el mismo efecto. Cuando el agrotóxico finalmente se hace inútil, la industria agroquímica “resuelve” el problema introduciendo productos más tóxicos aún. Esto exacerba los problemas agrícolas y los únicos beneficiados son las corporaciones de agroquímicos.
Pero ¿qué hacemos con las malezas?
Hay que cuestionar premisas elementales y replantear cuestiones básicas. Las estrategias de control de malezas concebidas y promovidas por la academia, el sector público y los gremios de agrónomos y agricultores le asignan un papel central a los agroquímicos herbicidas en lugar de formular alternativas ecológicas que excluyan su uso.
Tales alternativas requieren repensar la definición misma de maleza. Las malezas son definidas por convención social. Una maleza es una planta “inútil, sin valor económico”. Pero, ¿con qué criterio se define una planta como inútil y carente de valor? Muchas de las plantas silvestres sentenciadas a muerte por la Revolución Verde brindan sustanciales beneficios que sólo son visibles a quienes adoptan una perspectiva diferente a la dominante.
Tomemos como ejemplo la Portulaca oleracea, planta silvestre que crece en India y en Puerto Rico (donde se le conoce como verdolaga). Es un vegetal rico en magnesio, vitamina C y E, carotenoides de vitamina A, complejo de vitamina B, hierro, potasio, fósforo y ácidos grasos omega tres.
Muchas “malezas” son importantes fuentes de vitamina A y abundan en los países tropicales donde la deficiencia de vitamina A es un problema. En vez de gastar cientos de millones de dólares en productos como el “arroz dorado” transgénico con vitamina A, los agricultores y agrónomos harían bien en investigar y celebrar las virtudes de estas plantas que hoy se matan con herbicida.
Muchas son plantas silvestres con poderosas propiedades curativas. La hierba de origen europeo Plantago major (de la familia Plantaginaceae), que crece en Puerto Rico, donde se le llama llantén, es útil en casos de picaduras de abeja y alacrán, quemaduras, mordidas de serpiente y hormigas, según nos dice, en su libro Sembrando y Sanando en Puerto Rico, la etnobotánica María Benedetti. Es eficaz contra el cáncer del seno, alta presión, conjuntivitis, úlceras estomacales y complicaciones vaginales. Y la ya mencionada verdolaga es también medicinal; se utiliza para tratar artritis, quemaduras, picadas de insectos y estreñimiento; además posee propiedades antimicrobianas y diuréticas.
Por si fuera poco, las plantas “inútiles” cumplen importantes funciones agroecológicas: repelen plagas, proveen hábitat para pájaros e insectos beneficiosos (como los polinizadores), combaten la erosión y fijan nitrógeno.
Reconceptualizar nuestra relación con las “malezas” implicaría repensar el modelo imperante de agricultura industrial, dependiente de monocultivos, insumos sintéticos e instituciones centralizadas. Esto no le convendría a las agroempresas transnacionales ni a los ideólogos de la revolución biotecnológica y la “economía del conocimiento”.
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